He pensado mucha veces que se podría escribir una filogenia
y psicología del comerciante al por menor, del hombre que usa gorra tras el
mostrador y que tiene el rostro pálido y los ojos fríos como láminas de acero.
¡Ah, por qué no es suficiente exponer la mercadería!
Para vender hay que empaparse de una sutilidad
<<mercurial>>, escoger las palabras y cuidar los conceptos, adular
con circunspección, conversando de lo que no se piensa ni cree, entusiasmarse
con una bagatela, acertar con un gesto compungido, interesarse vivamente por lo
que maldito si nos interesa, ser múltiple, flexible y gracioso, agradecer con
donaire una insignificancia, no desconcertarse ni darse por aludido al escuchar
una grosería, y sufrir pacientemente el tiempo, los semblantes agrios y
malhumorados, las respuestas rudas e irritantes, sufrir para poder ganar
algunos centavos, porque <<así es la vida>>.
Si en la dedicación se estuviera solo… mas hay que
comprender que en el mismo lugar donde disertamos sobre la ventaja de entablar
negocios con nosotros, han pasado muchos vendedores ofreciendo la misma
mercadería en distintas condiciones, a cual más ventajosa para el comerciante.
¿Cómo se explica que un hombre escoja a otro entre muchos,
para beneficiarse beneficiándole?
No parecerá entonces exagerado decir que entre un individuo
y el comerciante se han establecido vínculos
materiales y espirituales, relación inconsciente o simulada de ideas económicas, políticas, religiosas y hasta
sociales, y que una operación de venta, aunque sea la de un paquete de agujas, salvo
perentoria necesidad, eslabona en sí más dificultades que la solución del binomio
de Newton.
Pero ¡si fuera esto solo!
Además, hay que aprender a dominarse, para soportar todas
las insolencias de los burgueses menores.
Por lo general, los comerciantes son necios astutos,
individuos de baja extracción, y que se han enriquecido a fuerza de sacrificios
penosísimos, de hurtos que no puede penar la ley, de adulteraciones que nadie
descubre o todos toleran.
El hábito de la mentira arraiga en esta canalla acostumbrada
al manejo de grandes o pequeños capitales y ennoblecidos por los créditos que
les conceden una patente de honorabilidad y tienen por eso espíritu de
militares, es decir, habituados a tutear despectivamente a sus inferiores, así
lo hacen con los extraños que tienen necesidad de aproximarse a ellos para
poder medrar.
¡Ah!, y cómo hieren los gestos despóticos de esos tahúres
enriquecidos, que inexorables tras las mirillas del escritorio anotan sus
ganancias; cómo crispan en ímpetus asesinos esas jetas innobles que responden:
-Déjese de joder, hombre, que nosotros compramos a casas
principales.
Sin embargo, se tolera, y se sonríe y se saluda…
porque <<así es la vida>>.
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Texto extraído del libro: El juguete rabioso (1926)
Autor: Roberto Arlt