sábado, 28 de marzo de 2015

La vida del comerciante según "El juguete rabioso"

He pensado mucha veces que se podría escribir una filogenia y psicología del comerciante al por menor, del hombre que usa gorra tras el mostrador y que tiene el rostro pálido y los ojos fríos como láminas de acero.
¡Ah, por qué no es suficiente  exponer la mercadería!
Para vender hay que empaparse de una sutilidad <<mercurial>>, escoger las palabras y cuidar los conceptos, adular con circunspección, conversando de lo que no se piensa ni cree, entusiasmarse con una bagatela, acertar con un gesto compungido, interesarse vivamente por lo que maldito si nos interesa, ser múltiple, flexible y gracioso, agradecer con donaire una insignificancia, no desconcertarse ni darse por aludido al escuchar una grosería, y sufrir pacientemente el tiempo, los semblantes agrios y malhumorados, las respuestas rudas e irritantes, sufrir para poder ganar algunos centavos, porque <<así es la vida>>.
Si en la dedicación se estuviera solo… mas hay que comprender que en el mismo lugar donde disertamos sobre la ventaja de entablar negocios con nosotros, han pasado muchos vendedores ofreciendo la misma mercadería en distintas condiciones, a cual más ventajosa para el comerciante.
¿Cómo se explica que un hombre escoja a otro entre muchos, para beneficiarse beneficiándole?
No parecerá entonces exagerado decir que entre un individuo y el comerciante se han establecido vínculos  materiales y espirituales, relación inconsciente o simulada de  ideas económicas, políticas, religiosas y hasta sociales, y que una operación de venta, aunque sea la de un paquete de agujas, salvo perentoria necesidad, eslabona en sí más dificultades que la solución del binomio de Newton.
Pero ¡si fuera esto solo!
Además, hay que aprender a dominarse, para soportar todas las insolencias de los burgueses menores.
Por lo general, los comerciantes son necios astutos, individuos de baja extracción, y que se han enriquecido a fuerza de sacrificios penosísimos, de hurtos que no puede penar la ley, de adulteraciones que nadie descubre o todos toleran.
El hábito de la mentira arraiga en esta canalla acostumbrada al manejo de grandes o pequeños capitales y ennoblecidos por los créditos que les conceden una patente de honorabilidad y tienen por eso espíritu de militares, es decir, habituados a tutear despectivamente a sus inferiores, así lo hacen con los extraños que tienen necesidad de aproximarse a ellos para poder medrar.
¡Ah!, y cómo hieren los gestos despóticos de esos tahúres enriquecidos, que inexorables tras las mirillas del escritorio anotan sus ganancias; cómo crispan en ímpetus asesinos esas jetas innobles que responden:
-Déjese de joder, hombre, que nosotros compramos a casas principales.
Sin embargo, se tolera, y se sonríe y se saluda… porque <<así es la vida>>.

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Texto extraído del libro: El juguete rabioso (1926)
Autor: Roberto Arlt